La declaración de Dessalines

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El general jefe, al pueblo de Haití

Ciudadanos:

No es suficiente con haber expulsado de vuestro país a los bárbaros que lo han ensangrentado desde hace dos siglos; no es suficiente con haber frenado a las facciones siempre renacientes que os presentaban sucesivamente el fantasma de libertad que francia exponía ante vuestros ojos. Se necesita un último acto de autoridad nacional, asegurar para siempre el imperio de la libertad en el país que nos vio nacer; arrebatar al gobierno inhumano, que mantiene desde hace tanto tiempo nuestros espíritus en la torpeza más humillante, toda esperanza de someternos. En fin, se debe vivir independiente o morir.

Independencia, o la muerte… que estas palabras sagradas nos unan, y que ellas sean el signo de los combates y de nuestra reunión.

Ciudadanos, mis Compatriotas, he reunido en este solemne día a los valientes militares que, en vísperas de recoger los últimos suspiros de la libertad, prodigaron su sangre para salvarla; Estos Generales han guiado vuestros esfuerzos contra la tiranía, pero todavía no han hecho lo suficiente por vuestra felicidad… el nombre francés aún lúgubre nuestros territorios.

Todo nos recuerda las crueldades de ese pueblo bárbaro. Nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestros pueblos, todo tiene aún la impronta francesa; qué dijo, existen franceses en nuestra isla, y vosotros os creéis libres e independientes de esa República que ha combatido todas las naciones, es verdad, pero que nunca ha vencido a las que quisieron ser libres.

¡Oh qué! víctimas durante catorce años de nuestra credulidad y de nuestra indulgencia; vencidos, no por los ejércitos franceses, sino por la vana elocuencia de las proclamaciones de sus agentes; ¿cuándo nos cansaremos de respirar el mismo aire que ellos? ¿Qué tenemos en común con ese pueblo verdugo? Comparada su crueldad con nuestra paciente moderación; su color con el nuestro, el ancho mar que nos separa, nuestro clima vengador, todo nos dice que ellos no son nuestros hermanos, que jamás lo serán, y que si encuentran un asilo entre nosotros serán los maquinadores de nuestros malestares y de nuestras divisiones. 

Ciudadanos Indígenas, hombres, mujeres, niñas y niños, levantad vuestra mirada a todas partes de esta isla, buscad allí a vuestras esposas, vuestros maridos, vuestros hermanos, vuestras hermanas; ¿más aún, buscad vuestros niños aún alimentados por el seno materno? ¿Qué ha pasado con ellos? … Me estremezco al decirlo… presa de esos buitres. En vez de estas víctimas interesantes, vuestro ojo consternado no percibe que sus asesinos; que los tigres degustando todavía su sangre, y cuya horrible presencia os reprocha vuestra insensibilidad y vuestra culpable lentitud en vengarlos. ¿Qué esperáis para apaciguar sus almas; piensa que quisiste que vuestros restos descansaran con los de vuestros padres, cuando expulsaste a la tiranía; ¿descenderás a sus tumbas sin haberlos vengado? No, sus huesos rechazarían los vuestros.

Y vosotros, hombres valiosos, intrépidos Generales que, insensibles a vuestras propias desgracias, habéis resucitado la libertad al prodigarle toda vuestra sangre; sabed que aún no habéis hecho nada si no dais a las naciones un ejemplo terrible, pero justo, de la venganza que debe ejercer un pueblo orgulloso por haber recobrado su libertad y celoso por mantenerla. Aterroricemos a todos aquellos que se atrevan a intentar quitárnosla de nuevo: comencemos por los franceses… Que tiemblen al abordar nuestras costas, si no por el recuerdo de las crueldades que se han ejecutado allí, al menos por la terrible resolución que vamos a tomar de conducir a la muerte a cualquiera que, habiendo nacido francés, profanaría con su pie sacrílego el territorio de la libertad.

Nos hemos atrevido a ser libres, atrevámonos a serlo para nosotros mismos y por nosotros mismos. Imitemos al niño que crece: su propio peso rompe el caminador que se ha vuelto inútil y le estorba en su marcha. ¿Qué pueblo ha luchado por nosotros? ¿Qué pueblo querría recoger los frutos de nuestro trabajo? Y qué deshonroso absurdo es vencer para ser esclavos. ¡Esclavos!… dejemos a los franceses este epíteto calificativo; ellos vencieron para dejar de ser libres. 

Marchemos sobre otras huellas, imitemos a aquellos pueblos que, empujando sus deseos hacia el porvenir y temerosos de dejar a la posteridad el ejemplo de la cobardía, prefirieron ser exterminados que tachados del número de los pueblos libres.

Cuidémonos, sin embargo, de que el espíritu del proselitismo destruya nuestra obra; dejemos respirar en paz a nuestros vecinos, que viven apaciblemente bajo la égida de las leyes que se dieron y no vayamos, como botafuegos revolucionarios, a erigirnos en legisladores de las Antillas, a glorificarnos perturbando el reposo de las islas que nos rodean; ellas no han sido, como la que habitamos nosotros, regadas por la sangre inocente de sus habitantes; no necesitan ejercer ninguna venganza contra la autoridad que las protege.

Felices por no haber conocido jamás las plagas que nos destruyeron; solo pueden hacer votos por nuestra prosperidad. 

Paz a nuestros vecinos, pero anatema al nombre francés, odio eterno a francia: he aquí nuestro grito.

¡Indígenas de Haití! mi feliz destino me reservaba para ser un día el centinela que debía velar por la guardia del ídolo al cual vosotros sacrificaste: velé, combatí, algunas veces solo; y si he tenido la suerte de devolver a vuestras manos el depósito sagrado que me había sido confiado, entended que ahora os corresponde conservarlo. Combatiendo por vuestra libertad, trabajé en mi propia felicidad. Antes de consolidarla por las leyes que aseguran vuestra libre individualidad, vuestros Jefes, que he reunido aquí, y yo mismo, os debemos la última prueba de nuestra abnegación.

Generales y vosotros, Jefes, reunidos aquí conmigo para la felicidad de nuestro país: Ha llegado el día, el día que debe eternizar nuestra gloria, nuestra independencia. 

Si pudiera existir entre nosotros un corazón débil, que se aleje y tiemble antes de pronunciar el juramento que nos debe unir. 

Juramos al universo entero, a la posteridad, a nosotros mismos, renunciar para siempre a francia, y morir antes que vivir bajo su dominación. 

Combatir hasta el último suspiro por la independencia de nuestro país. 

Y tú, pueblo tanto tiempo desafortunado, testigo del juramento que pronunciamos: recuerda que es con tu constancia y tu coraje con que conté cuando me lancé en la carrera por la libertad para combatir el despotismo y la tiranía contra los que luchabas desde hace catorce años; recuerda que sacrifiqué todo para volar a tu defensa, padres, hijos, fortuna, y que ahora no tengo más riqueza que tu libertad; que mi nombre se ha convertido en el horror de todos los pueblos que quieren la esclavitud, y que los déspotas y los tiranos lo pronuncian solo para maldecir el día que me vio nacer; y si alguna vez rechazaras o recibieras murmurando las leyes que el genio que vela por tus destinos me ha dictado para tu felicidad, merecerías la suerte de los pueblos ingratos. 

Pon entonces entre sus manos el juramento de vivir libre e independiente, y de preferir la muerte a todo aquello que tienda a subyugarte nuevamente. Jura, finalmente, perseguir por siempre a los traidores y a los enemigos de tu independencia. 

Hecho en el Cuartel general de Gonaïves, el primero de enero de mil ochocientos cuatro, el primer Año de la Independencia,

Firmado, J. J. Dessalines. 

Traducción del francés: Ana Cecilia Ojeda Avellaneda y Lorena María Flórez González (Revista Historia Caribe, Volumen VI, n°18, enero-junio 2011: 189-194), revisada y corregida por Jean Jonassaint para HDNdigest.

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