Getting your Trinity Audio player ready...
|

Jean Jonassaint
¡Dejemos abiertas todas las posibilidades!
En el último siglo, al pensar en una traducción en haitiano de L’Espace haïtien por el fallecido Georges Anglade (1974), un amigo economista me preguntó ¿cuál sería el costo de pasar del francés al kreyòl haitiano en Haití (es decir, pasar al uso de la lengua popular haitiana como idioma dominante e incluso exclusivo en todas las esferas de actividades)? Unas décadas después, otro amigo, un lingüista, me preguntó ¿qué perderíamos si ya no se usara el francés en Haití (en otras palabras, si nuestros compatriotas más cultos ya no dominaran el francés)?
Las respuestas a estas dos preguntas son urgentes, pero la segunda, en especial, me parece ser la más necesaria. Mi respuesta es la siguiente: además del riesgo de aislamiento (nuestro vernáculo estaría limitada a nuestro pequeño país), podríamos perder para siempre una buena parte de nuestra memoria colectiva, de nuestra herencia cultural y de nuestra singular contribución a la humanidad. De hecho, mucho antes de nuestra independencia, los textos que moldearon nuestra historia nacional fueron escritos casi exclusivamente en francés. Entre otros, estoy pensando en la «revista del ejército indígena» de la cual, hasta donde yo sé, no tenemos un indicio explícito o cercano, aparte del que se encuentra en el primer libro publicado en Haití, Mémoires pour servir à l’histoire d’Hayti (Memorias para la historia de Haití) por Boisrond-Tonnerre (1804). También es el idioma de la correspondencia de Toussaint Louverture, de todas nuestras constituciones, por no hablar de las colecciones de leyes y reglamentos, las ordenanzas de Dessalines y, por supuesto, su Proclamación en Gonaïves del 1 de enero de 1804, reafirmado la voluntad de los Indigènes para defender la independencia de Santo Domingo, que ese mismo día se convirtió en Haití, reconectándonos con nuestra parte amerindia.
Incluso el Rey Henri Christophe, tan cercano al mundo anglosajón (ver su correspondencia con Thomas Clarkson), quien, al parecer, permitía que le cantaran o hacía que canten «God Save the King» durante las principales ceremonias de Estado — ver: Jean Comhaire, «A Royal Birthday in Haiti (15th August, 1816)» —, escogió el francés para su Code Henry (Código Henry, 1812). Asimismo, cien años después de la independencia, el novelista Justin Lhérisson decidió escribir el himno nacional, La Dessalinienne en francés.
Entiendo que hoy en día, algunos haitianos o personas de ascendencia haitiana, desvinculados de nuestra herencia cultural, quieran separarse del francés, olvidándose de que los haitianos hemos transformado este idioma positivamente al incorporar nuevos significados a términos como independencia, colonización, colonial, etc. Por lo tanto, hasta cierto punto, el francés es también nuestro.
Y otros compatriotas, con la mejor intención, dicen: ¡podemos traducir! Sí, podemos traducir, pero, ¿a qué costo? Además, ¿tenemos los recursos humanos y financieros para traducir siquiera el diez por ciento de nuestros materiales impresos (libros, folletos, artículos, etc.) de más de doscientos años?
Es más, “traduttore, traditore” (traducir es traicionar), dicen los italianos — por lo tanto, al traducir siempre se pierde algo. ¿Estamos listos para desechar todo este patrimonio, para asumir esta pérdida de memoria nacional? ¡No! Disfrutemos nuestros proverbios o los lodyans de Maurice Sixto, así como la poesía de Magloire-Saint Aude, las novelas de Marie Chauvet o Makenzy Orcel, las obras de Pradel Pompilus y Yolaine Parisot… ¡Dejemos abiertas todas las posibilidades!…
En efecto, incluso en el caso de nuestros autores que han escrito o escriben en haitiano, como Oswald Durand, Georges Sylvain, Frankétienne, Georges Castera, Evelyne Trouillot, Maximilien Laroche y Marie-Célie Agnant, la parte más importante de su trabajo está en francés. Lo mismo ocurre con nuestros periódicos más importantes: Le Nouvelliste, Le Matin, Le Moniteur, Le Petit Samedi Soir, Conjonction, etc.
Todo esto es para recordar que incluso si nuestros ancestros hubieran nacido en África o en otros lugares, haitianos, estamos, a un nivel u otro, arraigados (o no) en la Francia revolucionaria, una Francia a la cual imitamos con mucha frecuencia sin siquiera darnos cuenta. ¿Consideremos, por ejemplo, aquellas noches cuando comenzamos a contar cuentos con la expresión «Cric? Crac?», la misma fórmula que se encuentra en la tradición oral del sur de Francia, como Suzanne Comhaire-Sylvain ya lo mencionó en 1937 en Les Contes haïtiens 1ère partie. Maman d’leau : origine immédiate et extension en Amérique, Afrique et Europe occidentale (p. 76). Lo mismo sucede con nuestro lema nacional, el cual es una réplica de un lema de la Revolución Francesa.
Es por eso que, al menos en parte, al comienzo de esta publicación, bajo el título de “Les Bonnes pages” (para una biblioteca digital haitiana), quisiera llamar la atención al texto fundacional de la nación: la Proclamación de Dessalines en Gonaïves del 1 de enero de 1804, en el cual ya emergen las principales características de nuestra literatura: nuestro francés haitiano, nuestra tragedia, nuestra retórica nacionalista…
Y el general en jefe del ejército indígena en este discurso incluso parece anunciar nuestro destino actual cuando proclama: «(…) y si alguna vez rechazaras o recibieras murmurando las leyes que el genio que vela por tus destinos me ha dictado para tu felicidad, merecerías la suerte de los pueblos ingratos.»
¡Disfrute de la lectura!
Si tienes algún comentario o sugestión, no dudes en escribirnos. De antemano, muchas gracias.